NAVONA
Editorial. 2ª edición 2015. Pags. 114
Jorge Riet
“Fijaos,
la tortuga de oro bebe sangre”. Esas palabras del emperador inca Atahualpa,
pronunciadas ante el penoso espectáculo de dos soldados españoles que se
peleaban por una tortuga de oro, expresaban su amargura y espanto por la locura
que poseyó a aquellos intrépidos guerreros hasta hacerles borrar el más mínimo
atisbo moral. Este pequeño libro, magistral en su narración, además de una
crónica de algunos hechos notables de la conquista de las tierras del Perú por
los soldados liderados por el singular Francisco de Pizarro, es sobre todo un
apasionante relato moral sobre los males de la codicia, del radical trastorno
transitorio que quiebra la razón y siega vidas por la ambición de un metal sin
más valor que el ornamental para aquel pueblo sometido, aquel inmenso tesoro
“que rebasaba el entendimiento y les despojaba de todo sentido común”.
Una
historia que hipnotiza al lector, para la que Wassermann recurre a la memoria
del caballero Domingo de Soria Luce, que desgrana aquellos hechos que le
torturan años después en la celda de un convento de Lima. “Estar en la
oscuridad y anhelar la luz es un estado del alma que, a la vez que la tortura,
también la hace fluir. Entre un presagio y una certeza media un sabio; entre la
pereza y la aspiración, una voz interior. Cuando en esos tiempos lejanos caminé
entre las ruinas de una ciudad calcinada y vi las miradas rotas de mis hermanos
los hombres, una voz me ordenó callar y esperar”. Pero afortunadamente ese
tiempo de silencio lo rompe Wassermann a través de la voz de Soria Luce, para
traernos al presente esa pesadilla atávica de la avaricia, esa que desposee a
los justos y enriquece a los viles por la fuerza de su astucia o de sus armas.
“Yo vi la muerte en toda y cada una de las formas que adopta sobre la tierra;
yo vi caer amigos, desplomarse líderes y extinguirse pueblos; yo vi la
inconstancia de la suerte y la estafa de la esperanza, y degusté el poso amargo
de cada bebida y el veneno escondido en cada comida, y sufrí la discordia entre
comunidades y la necedad de los iluminados y el cruel e impasible paso del
tiempo sobre esta tierra repleta de dolor, y reconocí la futilidad de toda
posesión y la eternidad de todo ser y me colmó el anhelo de un astro mejor en
el que el soberbio sol ardiera más puro y poseyera un alma más noble. Este, en
el que vivo, quizá haya sido rechazado por Dios”.
Wassermann,
uno de los mejores escritores alemanes de principios del siglo XX, expresaba en
sus libros el amor por la verdadera justicia, la ética, los derechos humanos,
al mismo tiempo que condenaban la política gobernada por las bajas pasiones. Su
muerte en 1934 le evitó la persecución nazi, pero estos criminales, que no
pudieron atacar su cuerpo, se entregaron inútilmente al vano intento de
destruir sus ideas cuando arrojaban sus libros a las hogueras que encendieron
por todas las ciudades de sus dominios para acabar con la cultura de un pueblo.
El oro de Cajamarca es mucho más que una apasionante crónica de hechos de un
pasado remoto, es una descripción perfecta de la locura y estupidez del ser
humano que una y otra vez hace del egoísmo norma y de la injusticia ley.
Un
bello libro muy recomendable
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